ENEMIGOS

Hoy hablaremos de enemigos en este programa, silueta escueta que acecha en la puerta de nuestro descuido, áspero esclavo de aversión que repasa con inquina los tropiezos de nuestra sensatez. Esporádico veneno que debiendo cumplir la condena de la indeferencia, nos administramos con obcecación rigurosa. Lo perseguimos para encontrar su olvido. Es el ánima que nos embravece en la batalla, la bandera del odio, camaleón en el arcoiris que dibuja la luz al filtrarse entre nuestras lágrimas.

Dicen que nuestros enemigos nos definen, la marca de clase que sintetiza nuestras virtudes y defectos, señalan nuestro estilo, nuestro duelo o nuestra soberbia. Sus caricias de lija son el molde de la personalidad que exhibimos en el escaparate, Ramón y Cajal se cuestionó: “¿No tienes enemigos? ¿Es que jamás dijiste la verdad o jamás amaste la justicia?”.

Es el precio al consumo de experiencias. Inevitable envés de nuestro carácter que se rompe como porcelana al ignorarle. Valuarte. Veleta que muestra el horizonte que despreciamos. Pasión y desquicio. Escurridiza cicatriz del éxito que como esporas de la envidia respiramos en la primavera de nuestros intentos. “Como no fue genial, no tuvo enemigos” dijo Oscar Wilde.

El enemigo nos motiva porque nos da una razón más para resistir, pero nos debilita al afilar una espada que jamás debería teñirse. Hemos de temerle cuando habita en nosotros mismos, como debilidad o miedo que nos merma. Cuando nos obsesiona y nos doblega porque se nos escapa como arena entre las manos, como el tiempo cuando tratamos de perseguirlo con un cazamariposas. Cuando la semilla nace en ti y te desnuda al descubrirte desarmado ante los aguijones de la realidad.

José Luis Borges relató:
“Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones”.

Mi enemigo es el amigo que abandonó, el que no acercó la mano al vernos caídos, el que cerró los ojos para saborear nuestros gritos, quien nos despistó para perder un tren de los que no vuelven a pasar, aquel que nos oprime el pecho y ensucia nuestros anhelos.

Quien abandonó el respeto al que sufre, el que no prestó su apoyo a quien en un cuarto cada vez más oscuro llora porque echa de menos a quien no puede volver, quien cerró los ojos para no contar cuanto dolor cabe en un metro cuadrado, quien diferencia el color de las balas y el nombre de las guerras, quien siega la libertad y manipula las esperanzas.

Los enemigos de la libertad presumen de que en su vagón viajan todos menos uno que no quiere o al que no han dejado subir. Pactos para perfilar hojas de ruta, negocios y contratos que los medios camuflan con espectáculos circenses. Jean Jacques Rousseau resumió nuestro malquisto porvenir cuando dijo:
“No conozco mayor enemigo del hombre que el que es amigo de todo el mundo”.

Menos colorido pero igual de eficaz fue nuestro refranero cuando recogió de la tradición popular el conocido “Dime con quien andas, y te diré quien eres”.

Hay quien agradeció a sus enemigos dotarle de las fuerzas necesarias para seguir adelante, nadie sino los enemigos nos han unido tanto, millones de entusiastas para unos o decenas de extremistas para otros piden justicia y coherencia mientras abarrotan plazas y calles. Al Régimen no le gustan las discrepancias, sus limpiabotas nos dibujarán como radicales mientras salga rentable. Nada define mejor su ocaso que el apócrifo quijotesco más romántico: “Ladran, luego cabalgamos”

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